«Mi madre Alma era una leyenda, y las leyendas son difíciles de destruir», reconoce hoy Anna, hija de Gustav Mahler. De hecho, casi la totalidad de su larga vida (ochenta y cinco años), fue el escenario de grandes conmociones, y ella tuvo el privilegio de asistir en primerísima línea a todo ello, prácticamente del brazo de los protagonistas de la historia del arte de nuestro siglo : Mahler, Gropius, Kokoschka, Werfel, Schoenberg, Stravinsky, Thomas Mann… Cuando se publicó Mi vida, que recoge sus papeles, diarios, cartas y notas, Alma era ya muy mayor, y es improbable que haya podido «reescribirlos» para el público. Tanto mejor, pues participamos así de las aventuras, las emociones y los pensamientos en la intimidad de un personaje contradictorio, pasional y desconcertante. De haber nacido un siglo más tarde, habría sido compositora y directora de orquesta ; en aquel entonces, consagró su vida a aquellos hombres en quienes reconocía la genialidad, y, cual experta cortesana, supo atraerse por igual a amigos, amantes y maridos, célebres todos.