• DIOS DE CADA UNO: POR QUE LA NEUROCIENCIA NIEGA LA EXISTENCI

    POR QUÉ LA NEUROCIENCIA NIEGA LA EXISTENCIA DE UN DIOS UNIVERSAL

    MORA, FRANCISCO ALIANZA Ref. 9788420683218 Altres productes de la mateixa col·lecció Altres productes del mateix autor
    La idea del Dios único y universal es muy joven. Nació a la vez que la escritura, hace apenas unos 5.000 años. ¿Por qué si el cerebro humano actual tiene una conformación anatómica idéntica a la del hombre de hace unos 15.000 años se tardó tanto en alumbrar la idea de Dios? ¿Se debe esta idea a Mois...
    Dimensions: 235 x 160 x 30 cm Peso: 512 gr
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    21,95 €
  • Descripció

    La idea del Dios único y universal es muy joven. Nació a la vez que la escritura, hace apenas unos 5.000 años. ¿Por qué si el cerebro humano actual tiene una conformación anatómica idéntica a la del hombre de hace unos 15.000 años se tardó tanto en alumbrar la idea de Dios? ¿Se debe esta idea a Moisés? ¿Existió realmente Moisés? ¿Han contribuido las enfermedades mentales a consolidar las ideas sobre Dios? Si en esos
    tiempos hubiese habido la medicación antiepiléptica de nuestros días ¿hubiera sido Pablo de Tarso san Pablo y, sin su enfermedad, hubiera existido el cristianismo? ¿De dónde arrancan las concepciones de lo sobrenatural? ¿Qué es el pensamiento mágico? ¿Está Dios en el mundo real? ¿Qué es la realidad? En el mundo de hoy las ideas religiosas se desvanecen. Estamos entrando en la era de la post-religión. La Física sugiere un principio del Universo que no necesita de ningún Dios, ni tampoco Dios parece necesario para explicar el origen del hombre. La idea de Dios fue construida por el cerebro humano porque es útil a la supervivencia. Hoy la Neurociencia nos enseña que la idea de Dios se construye por los sistemas cognitivos del cerebro sin ninguna connotación especial ni sobrenatural, tal cual lo hace para otras
    ideas y buscando un propósito, aquel de la supervivencia. Dios no existe en el mundo. Dios no existe más allá de la existencia del hombre. Al hombre sólo le queda ese sentimiento último, personal, incomunicable
    con el que crea su propia religiosidad con la que nace y muere.

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