¿Quién no ha sospechado que la economía que hoy impera es una locura? Se rescatan bancos con grandes sumas de dinero público, mientras se recortan servicios de interés general. Se da prioridad a los intereses financieros por delante del bien común. Todo ello, se nos dice, está avalado por la «racion...
¿Quién no ha sospechado que la economía que hoy impera es una locura? Se rescatan bancos con grandes sumas de dinero público, mientras se recortan servicios de interés general. Se da prioridad a los intereses financieros por delante del bien común. Todo ello, se nos dice, está avalado por la «racionalidad» económica. Pero ¿qué hay de racional en valorar el dinero más que las personas? Es como si la mirada tecnocrática, limitada por anteojeras como las que llevan los caballos, sólo viera las cifras y abstracciones que tiene enfrente, y no la realidad viva que pisa con sus herraduras y el sufrimiento que genera. Hay, sin embargo, otra posibilidad, más inquietante y más certera. ¿Y si en el núcleo del pensamiento económico convencional hay un trastorno de la percepción y del entendimiento? ¿Una verdadera psicopatología, hábilmente disfrazada de racionalidad? Veámoslo. Pocas cosas son hoy más urgentes que su diagnóstico y su remedio.
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